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Wednesday, July 21, 2010

Within a Month of Silence

Where I live lightning is a constant element in our lives. Often, the lights go out and the phone lines too. I have been unable to communicate with anyone for a month now. It has been a month of silence.

It is interesting the thoughts that come during such times, when shadows form on the walls because of the candle light and ones pen scribbles familiar letters by the flickering warm yellow dim glow. There comes the moment of profound pondering. There are those dreams one had for the future, and those one thought would be attained by now. Immersed into this silent darkness I found home again.

Upon my writing desk I keep a few familiar friends at hand, they are my favorite authors. Leaning between Walt Whitman’s Leaves of Grass and Shel Silverstein’s Where the Sidewalk Ends is a collection of Emily Dickinson’s Poems, it is a sky blue colored cover book with Victorian, dark and light pink, roses stamp designed in the center. I stare at this one most because, I almost hear her words whispering in my mind from the countless times I’ve read them.

By the flickering light, I recall having stood in her room, two years ago, when I visited her homestead in Amherst Massachusetts. I saw the lace cream yellow colored walls and the small desk, gas lamp, and chair where she probably worked on her poems. The rainy gray afternoon light slipped in through windows which faced west out towards Amherst Main Street, some trees, and her brothers home. Although her portrait hung in the living room wall, and we walked through every floor of the house, it is Emily’s bedroom which has remained in my mind. It was perhaps here, if one stood long enough one could feel it, or imagine it, the spark of her coming to life as a poem spilled onto a page or was reworked from a candy wrapper. Such a simple place and yet it is said that “over 1,700 poems were discovered in her dresser drawer by her sister, Lavinia.” ( Johanna Brownell, Poems, pg. 15)

It is the silence which allows this deep well of expression. In a room filled with shadows and a warm glowing light, a whole world opens up within. The voices of the past, forever new upon a page, inspiration brings, and on one such occasion, as this, I wrote:

For Emily

1,700 poems
You wrote and no one knew
Tucked into a bedroom draw
To sleep the whole night through
I’m glad your stash was found
Glad it was published too
1,700 poems I seek to read from you.

Friday, July 16, 2010

Dijere la musa al poeta

Déjame ser el alma que se pierde en los pliegues de tu mirada;
Déjame ser la sombra que se escurre en las curvas de tu mano morena;
Déjame ser el abrazo tibio de la brisa  de una noche veraniega,
Déjame estar a tu lado, porque el tiempo que de tus manos vuela.
No, no importa lo larga que sea la noche, la tristeza, la tortura o la condena.
Déjame ser tu abrigo, tú más fiel confidente, tu amiga, tu amante y tu compañera.
Deja que te abrace con el fuego apasionado que consume la leña en la hoguera,
Soy tu creación, soy tu vida,
Soy tu letra, soy tu poema.

Thursday, July 15, 2010

¿Por qué no puedes soltar el bendito celular?/ Why can't you just put the phone down?

Yo no estoy en contra del multi-tasking, considero que hay seres humanos lo suficientemente capaces como para llevar a cabo más de una tarea a la vez, pero todo tiene un límite. Porque la gente no puede conducir sin estar pegada a un celular? As far as I know, cuando tú vas a coger el examen para sacar la licencia se te requieren las dos manos en el volante, no una en el volante y otra en la oreja aguantando el celular. Se lo que me van a decir, “yo lo hago por que ahorra tiempo, y puedo resolver las cosas mientras voy de camino” o el típico “es que es una emergencia” y no estoy en contra de eso, pero obviamente las personas que incurren en estas conductas deberían tener un poco de sentido común y saber cuándo es necesario ‘colgar’. El más reciente ejemplo de la preocupación que comparto con ustedes hoy me sucedió a mí hace un par de horas.

Los que han llegado hasta mi humilde Baticueva (aka mi casa) sabrán que hay que tomar una parte de la carretera en la que solo caben dos carros pequeños a la vez (y eso va a depender en el punto del tramo en que se encuentren de frente los vehículos). Pero anyway, moving on con la situación. Yo vengo en mi carro, a poca velocidad ya que sé que el tramo es un poco peligroso, y casi al terminarlo me encuentro frente a frente, foco con foco, con un caballero en una F-150, que no solo venía a exceso de velocidad en un área urbana sino que para mi sorpresa, también venia distraído hablando por el celular. Dado el punto del tramo en el ocurre el encuentro, yo no puedo retroceder para que él pase, así que le toca a él retroceder ya que él si tiene el espacio. Después de mirarme atravesa’o, (como si la situación fuera mi culpa por yo simplemente estar pasando por ahí para volver a mi casa cuando él tiene mucha prisa) volteó su cuello, puso la guagua en reversa y retrocedió de mala manera, todo este procedimiento sin soltar el celular ni un segundo. Un poco de sentido común dictaría, que ya que es una situación que necesita tu completa atención, ya que no es solo tu vida la que estas poniendo en peligro sino las de las personas a tu alrededor(eso sin contar las de los demás conductores o animales que pasean por el vecindario) le dirías a la persona en el otro lado de la línea, “dame un minuto” o simplemente “te llamo luego que tengo que resolver algo”, pero supongo que las otras vidas y propiedades que estas poniendo en peligro no tienen la misma importancia que tu llamada

Wednesday, July 14, 2010

Una tarde de lluvia pasajera

Felices y en armonía nos encontrábamos mi hija y yo pintando las paredes de la casa. Era uno de esos días en que en Puerto Rico cambia el tiempo de sol a lluvia y de lluvia a sol así, de momento, casi sin avisar. Mientras pintábamos y charlábamos, el cielo se nubló y como era de suponerse, comenzamos a guardar las pinturas y utensilios para el próximo día.

Mientras avanzábamos en la faena de recogerlo todo, el cielo se tornó gris oscuro y soplaba fuerte el viento. Decidí guardar el perro de mi vecina en su casa ya que nosotros lo estábamos cuidando pues mi vecina estaba de viaje. Mientras subía al perro a su casa, mi hija me gritaba desde la nuestra: - ¡Mami, mira, corre! Yo escuchaba pero no entendía. - ¿Qué? - contestaba gritando también. El viento soplaba muy fuerte. - ¡Mamiiii qué vengas! ¡Avanzaaaa! Sus gritos me asustaron. Salí corriendo a ver qué era. ¡Diantre! Aquello parecía un huracán. Salí corriendo de la casa de mi vecina apresurada para entrar a la mía. Temía que algún objeto volara y me golpeara. Mi hija seguía gritando: - ¡Avanzaaa!

Corrí hasta la puerta de la entrada de mi casa. Tenía el seguro puesto. ¡Ay! No puedo entrar! – removía el cerrojo de arriba abajo rápidamente. Mi hija corrió a buscar la llave. En eso, decidí entrar por el costado de la casa. El portón no abría. En viento seguía azotando, comenzaba a llover. El apuro y los nervios me impedían hacer algo tan fácil como abrir el portón. Finalmente lo abrí. Mi hija por su parte, abrió la puerta del frente. Uno de mis cuatro perros se salió y corría como loco por la acera de la urbanización. Parecía aturdido. Ahora me río de sólo pensarlo. Su cara parecía que decía: ¡Qué es esto? Cuando entré a la casa, grité: - chica, ¿qué has hecho?, ahora se salió el perro, ¡oh nooo pobre perritooo! – gritaba yo melancólica e histéricamente. En el mismo tiempo y espacio que ocurría todo, el viento entró a la casa y tiró al piso algunos adornos en cristal. -Ahora la cosa se puso mala- pensé. Fue entoces cuando las dos comenzamos a gritar como locas. Entre todo el revolú, mi hija decide buscar el perro en el carro, cosa que yo desaprobaba pues lo consideraba peligroso ya que el viento y la lluvia seguían haciendo de las suyas.

Minutos después, mi hija apareció con el perro. Lo entró a la casa y nos miramos. Ya había pasado todo. Creo que no pasaron ni 15 minutos desde que comenzamos a recoger las pinturas en el patio. Fue todo tan rápido. La lluvia y el viento siguieron su camino y sólo dejó a dos mujeres histéricas mirándose una a la otra y tratando de asimilar lo que había ocurrido. Todo estaba en silencio. – Mami, yo creo que todos nuestros vecinos nos escucharon, parecíamos locas. – me decía mi hija muerta de la risa. Yo miraba por la ventana. Tal vez era verdad y los vecinos se preguntarían qué le pasa a este dúo locas, a fin de cuentas era sólo agua y un poco de viento- imaginábamos nosotras que decían ellos. – Jajajaja, a la verdad que tú y yo no hacemos una – le contesté.

Ya había pasado todo y mi hija y yo nos quedamos en la sala, con los cuatro perros, riéndonos y reviviendo la odisea en lo que quedaba de la tarde.